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Luis Yslas Prado
Cel: (0412)719 5025
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Poema de Reinaldo Arenas
Poema de Fabio Morábito
Del poemario Compañero paciente, de Luis Enrique Belmonte (Lugar Común, 2012)
Gente mala gente
Los
que no estiran su cobija cuando hace frío
los
que saben el nombre de la canción pero no lo dicen
los
que te dan palmaditas mientras te sacan provecho
los
que callan ante la maravilla
y la
guardan bajo llave en su despacho.
Los
que fingen una risotada para complacer al jefe
los
que en tiempos de resaca colectiva
acaparan
bombonas y bebidas reconstituyentes
los
que maldicen la vida porque los días no fueron
como
ellos querían que fuesen los días.
Los
que no comparten cigarros ni mostaza
cuando
en verdad hacen falta
los
que hacen cálculos sin estimar
quién
se quede varado en el camino
los
que te dejan botado en la autopista
los
que retienen la buena noticia
y
esperan pacientemente el momento
en
que esa noticia se convierta en un reclamo.
Los
que andan restregándote lo que no eres
los
que maltratan a quien les sirve el cafecito
los
que gozan un montón cuando alguien se resbala
y
hacen leña del árbol caído laboriosamente.
Los
que ante una desgracia piden que les cuenten
con
lujo de detalles exactamente cómo fue
y
se regodean en esa macabra exactitud.
Los
que detestan la música y los melómanos sin oído.
Los
que tienen perros o gatos
y
son incapaces de enseñarles a esas pobres criaturas
que
son perros
o
que son gatos.
Gente
mala gente.
Esguince y otros percances
Lleva tiempo
aceptar
que un
esguince es para siempre.
Uno va
aprendiendo a vivir con esa duda en el tobillo,
oscilando en
los brocales o en los desfiladeros.
Comprender
que en el origen de todo esguince
nunca falta
una buena metida de pata,
y que la
amenaza de una recaída
siempre
estará asociada
a cualquier
movimiento en los bordes,
contribuye a
elaborar una adecuada
consciencia
del percance.
[Y repetir el
mantra que dice
con la pata coja pero con
la frente en alto
también puede
servir de gran ayuda].
Algunos
eruditos consideran
que el famoso
talón de Aquiles no fue otra cosa
que un
esguince de tobillo mal curado,
pues resulta
que uno no sabe, o se entera ya muy tarde,
que cuando se
tiene un esguince es necesario guardar reposo,
inmovilizar
la pata por un tiempo.
Lo que pasa
es que después del percance
nos zampamos
una caja de analgésicos
y al día
siguiente pateamos la calle y nos olvidamos
que el
percance continúa incubando esa molestia
en torno al
maléolo externo, esa molestia
que
nos acompañará durante toda la vida,
y
más aún los días húmedos,
y
más aún si corremos sobre la arena detrás de una pelota,
y
más aún si nos toca hacer de grulla y quedarse quieto,
en
silencio, vigilando el horizonte.
[Compañero paciente]:
Si por un paso en falso usted se ha doblado la pata
y le
duele y se le inflama porque se le desgarraron los ligamentos,
deberá
considerar que tiene un esguince de tobillo,
siendo
recomendable que remoje la pata en una ponchera
con
agua salobre caliente
y
deje de ensayar maromas o de bailar frente al espejo.
No
abuse de su esguince y otros percances.
Limpiar los cristales
Limpiar
los cristales,
darle
bien duro hasta que rechinen
y
puedan volver a verse:
las
nubes,
el
globito flotando,
el
zamuro sobre la antena.
Limpiar
los cristales [con esparadrapo, sin contemplación]
hasta
que relinchen y puedan volver a verse:
la
sombra del bombardero,
la
gota que se desliza,
la
mano que afuera
te
está saludando.
Del poemario La inquietud, de Alberto Barrera Tyszka (Lugar Común, 2012)
En defensa del amor
El amor no combate la muerte.
La diluye.
Desdibuja sus dientes, evapora
algunas amenazas, descuida
el miedo que
siempre –el miedo–
solo –el miedo–
solo somos.
Nos hace más amables, divertidos; más
hermosos.
El amor es nuestra mejor violencia.
La más débil. La más feroz.
La única que nos hace sentir, en
algún momento,
que hay
otro destino, que
en verdad
nuestras vidas no son los ríos,
que no dan al mar, que
no es
el morir.
(Para
Enrique y Wanda, mis padres)
Deuda
Los amigos muertos a veces
vuelven,
con sus cabellos aún mojados;
entran a casa,
beben vodka, escuchan
los discos de Emerson, Lake &
Palmer,
preguntan demasiado.
Yo sirvo la mesa, lleno
cada vaso, estoy
casi feliz.
Después de algunas horas,
los platos parecen naves
solitarias,
ciudades tristes sobre el mantel.
La noche, entonces,
se encoge,
cruda,
terrible.
Y de repente estoy otra vez solo,
arañando la envoltura de unos
nombres.
Los amigos muertos a veces
regresan.
Se sientan a la mesa, piden
más hielo, dejan
sus labios enredados sobre el
aire.
Y se van. Desaparecen. Vuelven
a dejarme,
repitiendo este ensayo fatuo,
el inútil equilibrio de la
madrugada.
Jamás he escrito sus nombres.
Jamás
he escrito lo que siempre
debí escribir.
Amén
por todos ellos.
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